Tú:- Creo que la mejor alternativa es ir por los túneles.
Craig:- Supongo que será una broma. ¿Qué pasa con los trenes?
Tú:- No creo que los haya. Hay un apagón en toda la manzana. No hay nada que sugiera que no sea lo mismo en toda la ciudad.
Craig:- ¿Y te basas en…?
Tú:- No hay farolas, no hubo electricidad en la farmacia, y el único lugar del que proviene luz es la comisaría.
Craig:- ¿Y cómo supones que ellos tienen luz y nadie más?
Kath:- Estarán quemando generadores auxiliares. Si no están todos muertos para cuando se les acaben, tal vez “ellos” dejen de congregarse a sus puertas.
Tú:- Lo que implica un mayor riesgo de la horda en las nuestras.
Craig:- ¿Qué quiere decir eso?
Tú:- Que cuanto más tiempo pasemos en la ciudad, más proclives somos a acabar devorados.
Craig:- ¡Entonces hay que escapar!
Tú:- Tranquilo, primero lo primero: llegar a casa. Llegaremos por los túneles.
Craig:- Ni que estuviera loco…
Tú:- ¿Y si te lo pidiera por favor?
Craig:- Mal intento.
Tú:- De acuerdo, cambiaré de estrategia –te volteas y empiezas a caminar–. Vámonos, Kath.
Kath:- Te sigo.
Craig:- Un momento, ¡no pueden dejarme aquí!
Tú:- (Te detienes a mirar hacia atrás) O te vienes o te quedas.
Se produce una pausa.
Craig:- (Gruñe) Esto es inaudito. Está bien, ya sé quien tiene el control. La línea F es la más cercana. Podemos cortar por los túneles hasta llegar a los suburbios.
Tú:- Perfecto. Andando.
Empieza a hacer frío. La noche levanta el tapujo del atardecer, y una oscuridad total invade la ciudad de arriba a abajo. La poca luz que se te ofrece proviene del lugar que debes dejar atrás. Je. Hay una curiosa metáfora que reza “aléjate de la luz”, y a pesar de que para mí sería divertido aplicarla a la situación, para ti sería incorrecto. Es curioso ver cómo dos partes de un mismo ser difieren tanto la una de la otra. Por un lado tienes la paciencia y la virtud, y por el otro la locura y la maldad. Tal vez sea hora de saber a cuál de las dos voces atenderás. No tengo por qué saberlo yo, pero debes saberlo tú. Estás haciendo equilibrio sobre el filo de una espada. La caída es el cambio, y caer es inevitable. Debes saber cómo quieres cambiar antes de que eso ocurra. Llegado el momento, no dudes en saltar. No cuentes con que vuelvas a ser la misma persona una vez que todo esto acabe… si es que acaba.
El silencio es el titiritero del escenario. No se escuchan ya ni los disparos ni los gritos. No hay gemidos de no-muertos. No hay insectos. Ni siquiera tus pasos generan un sonido que sea fácilmente audible. No quieres ni hablar. Craig no le dice ni una palabra a Kath. Por algún motivo, crees que por nada en el mundo debes quebrar éste silencio perfecto.
Te le acercas a Kath:
Tú:- Kath –susurras–, ¿sabes cuánto nos falta?
Kath:- No demasiado, ¿Por qué?
Tú:- Éste silencio es tétrico, no me gusta.
Kath:- ¿Qué le ocurre? El hotel fue igual…
Tú:- Sí, pero se siente diferente. ¿No sientes que te vigilan?
Kath:- No lo había pensado.
Tú:- (Pequeña pausa) Mejor apaga la linterna.
Kath:- Sé que no quieres abrir los ojos, pero nosotros aún debemos ver por dónde caminamos.
Tú:- Confía en mí. Algo nos vigila.
Kath:- (Suspiro) Está bien. Confío en ti –afirma mientras aprieta el interruptor.
Craig:- ¿Pero qué…? ¿Qué pasa?
Kath:- Craig, aquí ocurre algo…
Craig:- Lo lamento, preciosa, pero no me dirigía a ti. ¿Me quieres explicar qué DEMONIOS ESTÁS HACIENDO!?
Tú:- Shh, baja la voz… algo nos vigila.
Craig:- Que algo nos… ¿Te diste un golpe en la cabeza? ¿Cómo crees que algo nos vigila si ni siquiera puedes VER?
Tú:- Presta atención. ¿No lo sientes?
Craig:- ¿¡SENTIR QUÉ, IDIOTA!?
Tú:- Hay alguien, o algo, viéndonos a través de las ventanas de los edificios.
Kath:- Craig, hazle caso.
Craig:- ¿Por qué debería?
Kath:- Porque supo que un coloso nos iba a pisar simplemente presintiéndolo. Llámalo sexto sentido.
Craig:- Sexto sentido… ¡y un cuerno!
Tú:- Craig, silencio.
Craig:- ¿Quieres que te demuestre que no hay nada? Presta atención (grito).
Tú:- Cállate.
Craig:- (pausa) Oh, ¿quién lo diría? Nada. ¡Nada de NADA! ¡IMBÉCIL!
Tú:- Vámonos, Kath –le susurras–. ¡Vámonos! –le gritas a Craig mientras vuelves a intentar abrir los ojos. El ardor es insufrible, inclusive cerrados.
Craig:- ¡Por fin hablas con sentido! ¿¡Dónde quedó el “¡Ay, no! ¡Nos vigilan!”!? ¿¡Eh!?
Tú:- Haznos y hazte un favor y deja de gritar.
Craig:- ¿Por qué? ¿Le tienes miedo a los zombis?
Tú:- Exactamente –finges–. Le tengo miedo a los zombis. Por favor, por favor… deja de gritar.
Craig:- De acuerdo, niña. ¿Por qué no dejas que un macho nos lidere, huh?
Tú:- (Te secas las hirvientes lágrimas de los ojos. Te sientes endeble) Kath…
Kath:- ¿Qué ocurre?
Tú:- Haz… algo –le suplicas débilmente.
Kath:- …De acuerdo. Craig, ¿Podríamos apurarnos a llegar a casa?
Craig:- Debería ser suficiente con solo pedírmelo, pero hoy me siento egoísta. ¿Yo qué gano?
Kath:- Me debes una muuuy grande –bromea dirigiéndose a ti–. ¿Qué tal un beso?
Craig:- Supongo que no podrás mejorar esa oferta, ¿no?
Kath:- No abuses. No me gustan los abusivos.
Craig:- Me contentaré. Vamos.
Kath:- Te odiaré toda mi vida por esto –dice mientras te mira con desdén, y te ayuda a caminar detrás de Craig.
Tú:- Créeme que disfrutaré menos viéndote besarlo que tú haciéndolo.
Kath:- Dudoso.
Tú:- ¿El qué? ¿Qué te vea o que lo disfrute menos?
Kath:- Ambas, ahora que lo pienso.
Tú:- Hmmm… De acuerdo, quizás tengas razón.
Kath:- Qué consuelo.
Tú:- Escucha, lo siento. Te lo compensaré.
Kath:- ¿Ah, sí? ¿Cómo?
Tú:- Hum… “¿Qué tal un beso?” –bromeas.
Kath:- (Risa queda) “No puedes mejorar esa oferta, ¿no?”
Tú:- (Risa) “Oh, por favoooor, no abuses. No me gustan los abusivos”.
Kath:- (Risas) A veces te odio.
Tú:- ¿Alguna vez me quieres?
Kath:- (Risa) Sí, por lo general. Me encanta que siempre estés de buen humor.
Tú:- Hago lo que puedo.
Kath:- Se contagia. Siempre puedo contar con que me arrancarás una sonrisa.
Tú:- Bueno, no se contagia a todo el mundo. Sólo se contagia a la gente positiva, como tú.
Kath:- ¿Craig es un “negativo”?
Tú:- No sé, no recuerdo haberle dicho ningún chiste.
Kath:- ¿Por qué?
Tú:- En primera, no me interesa ser su amigo. En segunda, no me da espacio para hacerlo; todo el tiempo está hablando sobre hazañas impresionantes que haya hecho él o su bisabuelo durante la segunda guerra mundial. Y en tercera, sé que no se reiría si “yo” le dijera un chiste.
Kath:- Buen punto. Me gustó el segundo.
Tú:- Fue el más fácil de recordar. ¿Ya te contó de la vez que “se fue de cacería con su papá”?
Kath:- Sí. Espera. ¿La vez en la que “se encontró con un oso y le arrancó un colmillo para matarlo”, o cuando “se enfrentó a una jauría de lobos hambrientos con una rama y un cuchillo”?
Tú:- Hablaba más bien de la vez en la que “se enfrentó a un tigre en la punta del Himalaya casi desnudo y sin armas, para luego hacer un abrigo con su piel”.
Kath:- ¿Tigres en la punta del Himalaya?
Tú:- (Risa queda) Lo sé… ¿No te parece extraordinario?
Kath:- (Risa queda) Yo lo llamaría “increíble”. “Totalmente increíble”.
Tú:- ¡Ja! Sí, bajando el hotel, me contó una historia que… –te detienes de repente.
Kath:- ¿Qué ocurre?
Tú:- Escucha… –se oyen levemente chillidos lejanos, que progresivamente, poco a poco, se hacen más audibles.
Kath:- ¿Qué es eso?
Tú:- No lo sé, pero no me quiero quedar a averiguarlo. Craig, ¿está muy lejos la parada?
Craig:- A la vuelta de la esquina.
Tú:- ¡Vamos! –te pones a correr.
Los chillidos aumentan, como si de a poco fueran más y más los seres que lo emiten. Chillidos horribles y agudos, como los… de un cuervo. Te empiezas a preguntar: “Si éste virus, o arma biológica, o niebla, o lo que sea, afecta humanos… ¿Afectará también a otras especies?” Recordaste a los cuervos que volaban encima tuyo cuando tú y Leon fueron al distrito mercantil a conseguir los rifles y los cuchillos, y te preguntas si podrían ser ellos los que hacen ése lejano escándalo, o si tú estás inventándotelo. Pero sea cierto o no, algo está haciendo ese ruido. Y sean o no los cuervos, lo que sea que lo haga es real, y puede ser peligroso. Y mucho más si son más de uno. Ésta hipótesis te lleva a preguntarte: “¿Qué demonios fue la bestia en el hotel, antes de convertirse en esa cosa?”. Te repites que tal vez te lo inventas todo, pero sólo quieres llegar a una conclusión: estás o no en lo correcto. Si lo estás, podría ser tan peligroso entrar en el metro como lo sería ir por las calles. Imaginas cómo serían las arañas, las ratas o demás insectos mutados con lo que sea que infecte a las personas. Imaginas enormes ratas con colmillos capaces de atravesarte el tórax sólo con verlos fijamente. Arañes gigantes, capaces de hacer enormes redes con las que atraparte, y engullirte en un capullo para abrirte en canal, comer tus órganos, y plantar sus huevecillos en el triste despojo de carne y hueso que aún quede. Polillas del tamaño de un perro, con la fuerza y la capacidad de sobrevolar justo encima de ti a gran velocidad, mientras sus fauces arrancan tu cabeza de tus hombros, a la vez que la traga entera, a la espera de que aparezca otra víctima desprevenida. Sin embargo, no cambias de idea respecto de adentrarte en el metro, más allá de la idea cinematográfica que abarca tu mente, pues sabes que la alternativa podría ser tan, si no más, peligrosa. Te abalanzas estrepitosamente sobre las escaleras, y continúas bajándolas tan rápidamente como te es posible. No necesitas los ojos para saber que la oscuridad es prácticamente tangible. La sientes rodeándote. La sientes apretándote como si fueran muros construidos a tu alrededor. La sientes estrangulándote como una enorme anaconda. La sientes tomando tus manos, invitándote a adentrarte más y más en ella. Puedes escuchar a la oscuridad, advirtiéndote a gritos: “Aléjate”, “Acércate”, “Da media vuelta”, “Camina hacia mí”. Sabes lo que harás. Los gritos se acallan cuando a Kath se le ocurre encender la linterna. Te apartas de ella precipitadamente. La luz de la linterna te lastimó los ojos, y te provocó un agudo pero corto dolor de cabeza. Se te pasó casi inmediatamente. Te vuelves a tocar los ojos, que siguen ardiendo insufriblemente. Te vuelves a secar las lágrimas, que hierven como agua en la olla a la hora de hacer fideos. Te arden demasiado los dedos sólo con tocarlas. No soportas el dolor que es tenerlas recorriéndote el rostro. Si no estuvieras llorando ya, empezarías a hacerlo. No quieres seguir soportando ese dolor. Es indescriptible. Jamás pensaste, u oíste, o imaginaste un dolor como el que estás experimentando. Ni siquiera el dolor horrible de cabeza que tuviste de ida a la escuela fue peor que esto. Sientes ganas de tomar un rifle de la bolsa, colocarlo sobre tu sien, y jalar el gatillo, y te aseguro que muy posiblemente lo habrías hecho si tuvieras uno en tus manos. Es extraño sin embargo que no te quejes. Que no grites de dolor. No emites ni un pequeño chillido. Te concentras tanto en lo que estás sintiendo, que no te preocupas por lo que oyes o dices. Es tal vez por eso que apenas escuchas lo que intentan decirte Kath o Craig, y, tal vez, sólo tal vez, tú también estabas diciendo cosas. Cosas sin sentido. Cosas en un extraño idioma. Cosas como… las que dijo el dependiente de la tienda antes de convertirse. Morirás o peor, te temes. Y tal vez así sea. La cabeza te está estallando. Sigues llorando. Tienes mucha sangre en la boca, subiendo por tu garganta. Sigues llorando. La cara te arde. Tiemblas. Lloras. No puedes moverte. Lloras. Te arde. Lloras. Sigues llorando. Te sigue ardiendo. Escupes. Lloras. Y abres los ojos. Ves todo en tonos de sepia. Lloras. Te arde. Intentas levantarte. Reconoces los gritos de Kath. Intentas reintegrarte. Te arde. Gateas un poco. Intentas ponerte de pie. Te tambaleas y caes al suelo. Los gritos comienzan a articularse. El sepia se rojiza ligeramente. Te levantas, de a poco, colocando ambas manos en el suelo. Te separas lentamente del suelo, colocando firmemente la planta de los pies en el suelo. Alguien coloca tu brazo alrededor de su cuello y te ayuda a ponerte de pie. Te arde aún, aunque menos ya. Parpadeas, y el rojizo desaparece, volviendo al sepia. Vuelves a parpadear. Distingues siluetas. Formas, cuerpos, caras, el rostro de Kath al lado del tuyo. Te precipitas contra el suelo, pero ella impide que caigas. Cierras los ojos. El ardor sigue, pero ya no lo sientes. Los gritos se hacen murmullos en tu oído, que se te hacen entendibles conforme te vas reintegrando. Sigues parpadeando hasta que tu vista se vuelve, a pesar del extraño sepia, “normal”. Y por normal quiero decir que ves con una normalidad casi total, como si estuvieras viendo un televisor viejo, con su ligera interferencia.
Kath:- ¿Te encuentras bien?
Tú:- M-m-me…
Kath:- Calma, siéntate un poco –te descuelga en una columna. Se arrodilla junto a ti. Te toca la frente y te limpia las lágrimas y la sangre que escupiste.
Craig:- ¿A qué estás jugando?
Tú:- M-mal-d-di-di-dit-to se-as –hablas de forma ininteligible.
Craig:- ¿Como dices? Habla bien.
Tú:- (Le devuelves la mirada. La tuya esboza rabia. Sólo esperas que él pueda verla)
Craig:- Olvida que lo pedí. Es demasiado pedirle a tu cerebrito que trabaje como lo haría el de cualquier otro ser humano. Oh, disculpa. Olvidaba que eres una perra.
Kath:- (Se levanta con una mirada iracunda en su rostro. Abofetea a Craig tan fuerte que resuena en el eco del vacío por más de tres segundos) ¡Cierra la boca!
Craig:- ¡Ah! ¿¡Qué estás…!?
Kath:- ¡Cierra la boca!
Craig:- (Enmudece. La furia contenida invade su rostro, a la vez que te dirige la mirada. Como si te echara la culpa)
Tú:- T-t…
Kath:- Shh. Todo está bien. Estás con nosotros.
Tú:- Q-qué… me…
Kath:- ¿Qué te pasó?
Tú:- (Asientes)
Kath:- No lo sé… Te apartaste tan de repente con la linterna que tenía miedo de qué podría pasar si te alumbraba con ella. Me diste un susto muy grande. Empezaste a hablar incoherencias mientras temblabas.
Tú:- …
Kath:- Estabas llorando sangre. Escupiste sangre. Pensé que ibas a morir.
Tú:- (Levantas el pulgar mientras esbozas una sonrisa)
Kath:- ¿Estás bien?
Tú:- (Asientes)
Kath:- No te mueras aún. “Saldremos de ésta”, como lo hemos hecho hasta ahora.
Tú:- (Sonríes)
Kath:- (Te devuelve la sonrisa inocentemente)
Craig:- ¿Podemos seguir, maldita sea?
Kath:- ¡Tenle piedad, demonios! ¡Casi muere ahí!
Craig:- Como todos, preciosa, pero la realidad es que no podemos apiadarnos de los débiles. Debemos seguir, a pesar de que se quede atrás.
Tú:- H-h… (escupes sangre. Te palpas el pecho)
Kath:- Tranquilízate, no nos iremos aún. Necesitas recomponerte.
No sabes cómo, ni por qué, pero tienes un presentimiento. Algo se acerca por los túneles. Se acercan lentamente, o eso crees. Tal vez sean muchos, o tal vez sólo sea uno. No lo sabes. Sólo sabes que algo viene. No sabes si es bueno o malo lo que sea que se acerque. O un tren, o una manada de bichos, o muchos sobrevivientes corriendo por sus vidas. O las tres. Lo ignoras, pero presientes que algo se está acercando. Poco a poco, empieza a recorrer más distancia en menos tiempo. No estás en condiciones de pelear si aparecen bichos horribles como los que te imaginas, entre la herida en tu pierna, el cansancio y el dolor, pero tampoco estás en disposición de resistir si se trata de muchos de “ellos” los que están acercándose. Quizás puedas descansar un poco antes de que eso, sea lo que sea, llegue hasta aquí, y estar, así, recompuesto para caminar por los túneles hasta tu casa. Sin embargo, optando por ello, corres también un mayor peligro de ser atrapado. Mejor decide. Y rápido.
* Descansar.
* Correr.
*¿Sabías que...?*
- Spoiler:
Ya debes saber lo que soy. No soy un quien. Soy la voz en tu cabeza que en lugar de decirte qué es lo correcto, te digo lo que está bien. Soy la voz que te advierte del tumor, y te grita que lo extirpes antes de que se agrande. Soy la voz que te previene el peligro, y hace lo que puede para que lo evites. Soy la voz que no sólo te habla a ti, sino también a tus amigos; a tu familia. Soy la voz que, si la dejas, gobernará cada céntimo de indecisión que tengas. No te engañes. No soy nada como la "conciencia". Soy una voz que jamás escuchaste antes de que todo estallara. Soy la voz que narrará tu historia, cuando ésta sea oída. Soy la voz que hablará por ti, cuando tú no tengas palabras. Mi nombre no dice lo que soy, ni hace justicia a lo que en realidad hago por aquellos que me escuchan. Me llaman "Locura".
NUEVA REGLA:- Spoiler:
Las decisiones van a tener secuelas en la psicología del/la prota. ¿Qué quiero decir? Que las decisiones, como son salvar gente u ofecerles ayuda, van a inclinar virtuosamente la psicología del/la prota, acercándolo/a a la "Piedad", "Paciencia", o "Virtud". Las decisiones como matar, dejar morir, o negar ayuda, invierten este efecto, acercándote a la "Impiedad", "Locura" o "Tiranía".
El exceso de estos factores puede provocar que el/la prota inviertan una decisión, o llevarla a cabo de manera distinta. Por ejemplo, si decidiste "matar a Craig" (
) y la "Piedad" del personaje es muy alta, simplemente lo va a perdonar. Es al revés si decidiste perdonarlo, y la "Impiedad" es mayor. ¿Todo claro?